AUSENCIA
Me abandonó la música.
Había sol afuera
y un viento casi mudo
como aquellos que corren
entre las alamedas.
Cuando noté su ausencia
no quise levantarme.
¿Paralizado, dices?
Más bien, desobediente.
No acaté los mandatos
que dictaba mi instinto.
No intenté ni siquiera
saber su paradero
o intuir sus motivos
o acariciar su estela.
¿Para qué perseguir
a una bestia caótica
que no te pertenece
ni quiere acompañarte?
Me abandonó la música.
No me dejó vacío,
más bien un poco inerte,
impotente de oír
más allá del sonido.
Mis memorias acústicas
reposan apiladas
al fondo de mi cráneo
en un confín sellado.
Aguardan el retorno
de aquel soplo de vida,
del pulso de su danza,
que ya no las habita.
¿Entonces volverá?,
me pregunto a menudo.
¿Tiene caso saberlo?,
me respondo también.
Mi única certeza
es esta estrofa trunca:
Me abandonó la música
y me dejó el espanto
de su silencio.
Publicado originalmente en la revista Punto de Partida, de la UNAM.